miércoles, 30 de abril de 2008

Los 18


Para los que nacimos en el año 1990, este es un año esperado. Cumplimos dieciocho años, la edad en que se supone que dejamos de ser niños y pasamos a ser adultos. Sin embargo, para la mayoría de las personas, cumplir dieciocho años no significa convertirse en adulto de un día para otro. Nadie nota el cambio del día anterior a su cumpleaños al acostarse, a cuando se despierta por la mañana (y tampoco lo hacen los que lo celebran con una fiesta y ni se acuestan ni se despiertan).

Aun así, parece que tiene que hacernos ilusión y pedir regalos especiales para recordar el maravilloso día en que nos hicimos mayores. Pero lo único que interesa al fin y al cabo son las diferencias legales de las que gozamos a partir de esta edad. A partir de ahora podemos consumir alcohol de forma legal, fumar tabaco, tenemos derecho a votar, podemos sacarnos el carné de conducir... aunque a cada uno le interese más alguna que otra. Pero las ventajas son mínimas al lado de las obligaciones y preocupaciones que nos vendrán.

Cada vez seremos más independientes. Muchos jóvenes se pasan desde los quince años soñando cumplir los dieciocho para que sus padres no puedan obligarles hacer lo que no les guste. La verdad es que, no todos lo consiguen. Pero, además, la independencia no es tan fácil y tan maravillosa como muchos imaginamos. Llegará una edad en la que tendremos que pagar todo por nuestro bolsillo, deberemos aprender como funcionan los bancos, a medir el dinero que tenemos y a plantear en que lo gastamos. Deberemos ahorrar, planificar nuestra vida, organizarnos solos... Hasta ahora todo esto y mucho más lo ha hecho siempre alguien por nosotros: los padres, profesores, familiares... Pero antes de que nos demos cuenta estaremos solos ante el peligro.

Admito que me hace ilusión el haber cumplido dieciocho años. Pero soy consciente de que no soy ni menos niña que hace una semana ni más adulta, porque tampoco quiero serlo. Y también soy consciente, de que a pesar de darme ciertas libertades, poco a poco iré notando responsabilidades sobre mis hombros. Los dieciocho años no son el cambio de ayer a hoy cuando uno se convierte adulto, pero es una buena edad para recapacitar y concienciarnos de todo lo que han hecho por nosotros y lo que nos tocará hacer.

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