viernes, 28 de marzo de 2008

...y huyen...

Cuando, ociosa, levanto mi mirada al cielo y veo las nubes flotar, deslizarse majestuosamente por las alturas, no puedo evitar sentirme pequeña, y torpe. Ellas, en su grandeza, son capaces de privarnos de los astros celestes, sumiendo rojizos atardeceres en un prematuro anochecer... Ellas, que vagaron por el cielo azul antes de que nosotros camináramos por la tierra, que vagan por una burbuja celeste de forma eterna e invariable, parecen mirarnos por encima de sus hombros... Saben que tienen la gracilidad de las plumas, que les permite desplazarse, etéreas, por espacios inalcanzables. Y saben que disponen de todo el tiempo que requieran; su reloj de arena, detenido antes siquiera de empezar a correr, siempre tendrá en el cono superior existencias de gravilla, al contrario que el nuestro, que incluso en momentos de absorción en los que parece haberse detenido, sigue dejando escapar alientos de vida, de forma sigilosa y traicionera. Por eso nos miran por encima del hombro, en mi opinión: pequeños, jóvenes e inexpertos, sólo somos un parpadeo en la historia del planeta que sobrevuelan. Y, sin embargo, hemos causado mucho más daño a éste del que ellas, aún poseyendo sus rayos, sus truenos, y ese poder para crear huracanes con el que muchos seres vivos ni se atreverían a soñar, podrían haber imaginado. Porque aunque pequeños y fugaces, la naturaleza misma nos subestimó al crearnos: siendo una especie débil, nos proporcionó un cerebro con el que diseñar armas para nuestra defensa. Mecanismos que, hoy en día, han pasado de ser una defensa ingeniosa a ser un ataque evidente contra todos los demás: las guerras por la supremacía que empezaran hace milenios aún no han cesado. Algo salió mal en los planes de la naturaleza; sus niños listos abrieron la caja de Pandora que debería haber permanecido cerrada: cada paso que damos para nuestro supuesto progreso es una puñalada nueva para la gran esfera que nos dio nuestro ser. Por eso, cuando veo las nubes allá en lo alto, corriendo, fluyendo por las corrientes del tiempo, me pregunto si realmente serán tan inmortales como se piensan... Y cuando bajo la vista a la tierra y veo, cerca de mí, la basura que algún ser desconsiderado ha dejado por ahí tirada -otra herida para un planeta que agoniza -suspiro. Y entiendo por qué vuelan, por qué parecen intentar huir montadas en unos vientos que nunca las alejarán de nuestra órbita... Porque descubro que su mirada no es despectiva, sino temerosa. Ellas vaticinaron hace décadas lo que nosotros apenas comenzamos a vislumbrar... y sólo se cubren las espaldas, viendo con horror cómo unos monstruos tan insignificantes como nosotros estamos firmando su sentencia final.


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